jueves, 6 de octubre de 2011

Prehistoria





¡Malditas sean las mentiras sociales que nos preservan de la verdad viviente!
Lord Alfred Tennyson, "Locksley Hall"






Una rápida mirada a los periódicos del mundo bastaría hoy para detectar un descontento que hacía mucho que no se manifestaba a tal escala. Eso, si uno sabe lo que está buscando, y por más que la prensa global se esfuerza en disimularlo.

Por suerte, está Internet, y si tenemos información precisa y visible de mucho de lo que pasa en las plazas de España, Grecia, Islandia, Israel, Estados Unidos, India, Egipto, Chile, Inglaterra o Siria, no es gracias a las primeras planas de los grandes diarios. De momento, la red digital es libre, y aún no han encontrado la forma de domesticarla, o no se han animado a coartarla. Mientras los gobiernos siguen jugando a la ruleta rusa con los recortes y los préstamos para salvar economías que se hunden irremediablemente una tras otra, las protestas populares y espontáneas crecen en casi todas partes. Quizás resulte aventurado afirmar que la gente finalmente ha despertado luego de un letargo de más de cuarenta años, pero no será incorrecto decir que al menos duerme un sueño turbulento que, en cualquier instante, puede desembocar en una vigilia plena y de ojos abiertos.

El sistema se derrumba, a todos los niveles. La desaparición del comunismo no hizo más que acelerar la caída del capitalismo. Libre de competencia, el régimen de "el que más tiene, más gana" se concentró en el regodeo de sus peores instintos con una intensidad jamás conocida y se precipita hasta el fondo por la espiral caníbal de su propia codicia. Los combustibles fósiles, base de toda la economía, se acaban sin remedio, y queda claro que la intención es exprimirlos hasta la última gota, sin escatimar guerra, hambruna o desastre natural que importune la conciencia. De tantos nudos y remiendos, a las democracias ya no les queda hilo para sostener su careta; con cada represión, cada recorte social y cada farsa electoral dejan más en claro que no son otra cosa que instrumentos de las corporaciones y la banca mundial para impedir que los pueblos alcancen sus legítimos derechos.

Es el final. No se sabe cuánto tardará, pero resulta inexorable.

Y no hay nada más difícil de superar que el condicionamiento. Estamos tan inmersos en el mundo tal cual lo conocemos, tan borrachos del aire viciado de nuestra sociedad, tan aleccionados desde la cuna con postulados que parecen inmutables, que la sola idea de un cambio -que encima no vislumbramos con precisión-, nos paraliza de terror. Cualquier sugerencia que implique salirse del sistema monetario, abolir el voto representativo, utilizar materiales y energías no convencionales, socializar los medios de producción o revolucionar el aparato educativo, se enfrenta con un inmediato rechazo, seguido del consabido apelativo descalificador. Cuando algo no se ajusta a nuestra perspectiva, lo desestimamos llamándolo 'utópico'.

Con lo de utópico no sólo queremos dar a entender aquello imposible o irrealizable, sino que aflora un matiz de ingenuidad que se quiere poner de manifiesto. Y eso que nadie insinúa que los cambios sean fáciles, baratos o intantáneos, mucho menos automáticos. Sin embargo, al que plantea trascender el sistema se lo considera apenas un soñador, un loco, un niño que piensa en globos de colores. Se lo rebaja a la condición de un alucinado; con mucha imaginación, sí, y hasta inteligente y capaz, pero con los pies lejos de la tierra. El trasplante de órganos, las computadoras y los viajes al espacio fueron considerados alguna vez, y muchas veces antes, utópicos. Hoy son parte de nuestras vidas.

Ante la inminencia de la catástrofe, muchos ofrecen soluciones. Pero la gran mayoría no son más que viejas recetas apuntadas a lo inmediato y que han fracaso en infinidad de oportunidades. Rescates bancarios, tipos de interés, bolsas de desempleo, reciclado, economías mixtas, créditos a largo plazo, tecnologías de recambio, capacitación alternativa, más Estado, menos Estado, autonomía de los mercados y tantas otras. Si escuchaste hablar de ellas, es casi seguro que ya se usaron y no funcionaron. Pero prestá atención: ‎"Los problemas que tenemos no pueden ser resueltos al mismo nivel de pensamiento en el que los creamos". Lo dijo Einstein, pero da lo mismo que lo haya dicho el kiosquero de tu barrio o la letra de una canción. Es verdad, y tu conciencia lo reconoce como cierto.

Nos han vendido que vivimos en la modernidad, pero nada mas falso, seguimos en la prehistoria de la humanidad, tanto económica como política y socialmente.

Permitimos que una elite de millonarios indiferentes y egoístas gobierne el mundo a través de un sistema que esclaviza a millones en trabajos repetitivos, malsanos y pobremente remunerados. Nos enseñan desde chicos a competir entre nosotros hasta despedazarnos para que se lleven ellos en última instancia el fruto de nuestro esfuerzo. El dinero es nuestro Dios, y se nos escurre entre los dedos comprando quimeras que apenas nos satisfacen mientras la inflación y los bancos erosionan nuestros ahorros, o directamente se los quedan para pagar una deuda que no sabemos cómo contrajimos. Los recursos de la Tierra bastan para satisfacer todas nuestras necesidades, pero están en manos de corporaciones salvajes que los comercializan como si les pertenecieran, y no sólo los malgastan y los agotan, sino que encima nos los cobran a precios exorbitantes. Empleamos sólo una pequeña parte de la tecnología que poseemos, pero no la aplicamos para mejorar nuestras vidas en toda su extensión; y puesto que lo que no produce dinero inmediatamente, se lo relega, el sistema sólo desarrolla aquello que vende y descarta lo demás. De hecho, las corporaciones compran todo el tiempo patentes de nuevos inventos para asegurarse de que nunca se lleguen a materializar. A menudo descubrimos que nuestros gobiernos, supuestamente elegidos por nosotros mismos, no nos autorizan ni a protestar. Y nos mantienen a raya con policía, burocracia, entretenimiento barato y las mentiras omnipresentes de la religión. Quiera nuestra voluntad y el destino que alguna vez, dentro de cien, de doscientos o de mil años, se recuerde este presente laberíntico como una era oscura y macabra en que la ceguera blindada de nuestra sociedad dio paso a un primer rayo de luz.

Porque más temprano que tarde habrá que darse cuenta de que, para que un nuevo día amanezca, muchos de los conceptos que hoy nos parecen insólitos y nos llenan de temor, deben ser no sólo aceptados sino también asimilados con coraje y sin prejuicios. No es cuestión de esperanza, sino de supervivencia.

La próxima vez que alguien te hable de ingeniería social, abolición de la propiedad privada, EBR (Economías Basadas en Recursos), desarticulación del sistema monetario, control demográfico, urbanización inteligente, ecología open-source, banca ética, prosumismo, socioholismo, bitcoins, criptoanarquismo, Freenet, soberanía alimentaria, democracia líquida, neocracia, pluriarquía, adhocracia, holocracia, netocracia, eudemocracia o cualquier otra forma de gobierno que supere a la actual e inaceptable democracia representativa, energías renovables, bioconstrucción, permacultura, biodiversidad agraria, microempresas en red, educación multicultural, pensamiento divergente y tantos otros términos con los que no estamos ni remotamente familiarizados... yo te sugiero que prestes oído.

Todo futuro es utópico, porque aún no ha sucedido.

Si no ha sucedido, podemos alterarlo.

Es primordial que el futuro sea de los visionarios, no de los conformistas.

Nunca te olvides de que cuando la idea está y la voluntad acompaña, lo imposible sólo requiere tiempo.  

Que el tiempo sea nuestro aliado, entonces, y no el cementerio de nuestras intenciones.


© César Fuentes Rodríguez



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